No cabe duda de que el intercambio de bienes a través de un comercio entre iguales ha fomentado, a lo largo de la historia, el desarrollo económico, social y cultural de las distintas sociedades en todo el planeta.
Sin embargo, ese tipo de comercio poco o nada tiene que ver con los tratados de nueva generación que la UE está intentando aprobar en la actualidad, como sucede con el CETA (tratado con Canadá) o con el TTIP (tratado con EEUU), entre otros.
Unos acuerdos que pretenden regular multitud de aspectos de nuestra vida y que, según numerosos expertos, tendrían unos costes sociales y ambientales tremendos, en los que las únicas beneficiadas serían las grandes empresas multinacionales.
Y todo ello porque, según nuestros dirigentes políticos, la salida a la situación de crisis económica, social y ambiental que estamos viviendo pasa por aceptar unas reglas del juego aún más perjudiciales e injustas que las que nos han llevado a la situación actual.
Pero, ¿porqué razón no se utilizan los medios de los que disponemos hoy en día para implantar un sistema comercial justo, capaz de satisfacer las necesidades básicas de toda la humanidad y, además, de una forma respetuosa con el planeta?
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